La tomó atrevidamente de las manos y mirándola fijamente a los ojos, le dijo:
“Nadie te hace el amor mejor que yo”
Ella le cogió el cigarrillo y dibujando una sonrisa irritante le respondió:
“Eso me toca decirlo a mí”
Hundido ante tanto pragmatismo femenino, esa noche el joven amante aprendió que el amor no se proclama, se comprueba y se vive.
Con la magnífica calidad de tus productos o servicios sucede lo mismo.
Lo tienen que decir tus clientes, no tú.
Los consultores aseguran que la calidad es la propiedad de una cosa, una percepción, un intangible, un atributo, un deseo satisfecho, un valor aportado.
Y también, por qué no, una canción de John Lennon o una calada a la pipa de la paz.
Nadie sabe muy bien qué cosa es la calidad, nadie está muy contento con la calidad que recibe a cambio de su dinero.
Los vendedores sin argumentos utilizan la calidad como una virtud incuestionable, inapelable.
Hace muchos años, la casa Peugeot tenía un eslogan muy curioso: la calidad que no se discute.
Tardaron poco tiempo en advertir que algo iba mal.
Ocurre que cada uno interpreta la calidad a su manera y eso, en el mundo de los negocios, es una fuente permanente de conflictos.
¿Hay alguna forma de evitar confusiones y no perder dinero?
¿Se puede ofrecer calidad de la buena?
Sí, por supuesto.
¿Cómo?
Te lo cuento en el capítulo 8 del Episodio Dos de 1000 Días para un Negocio.
Basado en hechos reales y con mi soporte personal, como siempre.
Solamente en papel, puesto en tu casa estés donde estés.
Enviado a los suscriptores de la newsletter de 1000 Días para un Negocio el 19 septiembre de 2023
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