La palabra innovación seguirá dando bastante que hablar…aunque aún les moleste tanto a quienes todavía no aceptan el verbo indagar. Por momentos parece que una moda pasajera la enviará al cajón de los recuerdos… para luego rescatarla unos años después, dándole otro sentido, seguramente muy al gusto de sus nuevos consumidores.
Pero, como saben, innovamos desde siempre y por siempre (algunas sociedades más que otras), aunque muchos no tengan tan claro sus distintas clases, matices y alcances, que con la llegada masiva de subvenciones y deducciones fiscales se ha complicado un poco (y más también).
Ahora bien, si dejamos de lado la encriptada gestión de la innovación que hay que hacer para acompañar el lenguaje oficial, ¿mejorar la calidad de un producto es innovar? Esto me lo preguntaba un vendedor solitario de una empresa catalana de bienes de equipo.
Ni sí ni no, sino todo lo contrario… contesté con ganas de buscar el empate antes de hablar de Messi o Ronaldo.
¿Ya sabemos bien qué es la calidad?-puntualizó un vendedor desafiante de la misma empresa…
Es evidente que la palabra calidad ha cambiado de significado tantas veces como ha sido necesario, hasta llegar a nuestros tiempos modernos, donde es algo parecido a un conjunto de propiedades inherentes a una cosa que permite caracterizarla y valorarla con respecto a las restantes de su especie…
Por si esto fuera poco, también se dice que se trata de la capacidad de lograr los objetivos de operación buscados…o se acepta con gusto la muy práctica interpretación conceptual de que calidad es dar satisfacción a las expectativas del cliente.
Años atrás, en América, un fabricante francés de automóviles acompañaba su marca principal con un slogan (grito de guerra en gaélico escocés) muy de la época: “la calidad que no se discute”.
Aunque aquellas formidables máquinas estaban construidas sin fecha insondable de caducidad y sumaban kilómetros sin parar, sus felices usuarios no tenían una idea muy clara acerca de lo que tenían que sentir cuando se rompía la correa del ventilador o la batería decía hasta aquí llegamos…
¿Se trataba de un problema de calidad o de prestaciones?
Un grupo bien afeitado de creativos, de esos que se podían encontrar en cualquier agencia de publicidad (ver Mad Men) tuvo la gran idea de llevar la pregunta a un grupo bien experimentado de ingenieros, de esos que había antes, que tras deliberar durante una mañana completa con sus respectivas tazas de café y reglas de cálculo en mano, concluyeron: “Desconocemos a quién de ustedes se le ocurrió introducir la palabra calidad en la comunicación publicitaria. No es más que una serie de estándares militares para asegurar el cumplimiento de ciertos requisitos (desconocían que el futuro nos traería las normas ISO). El usuario, ser vivo con necesidades varias que agota la vida útil de un producto, quiere conocer sus límites y posibilidades, a las que nosotros técnicamente llamamos prestaciones”.
Y desde aquel entonces la publicidad fue dejando de hablar de calidad para comenzar a describir eso que la cosa podía ofrecerle al usuario, como por ejemplo consumo energético, nivel de estanquidad, horas de duración, velocidad de centrifugado, cantidad de píxeles, memoria, resolución, tasa de refresco, tipo de procesador, etc., incluyendo también esos ingredientes que logran detener la caspa, controlar la hipertensión, disminuir el colesterol y tantas otras cosas más.
Cierto es que el concepto de prestaciones implica que el fabricante detalle esas características que le permiten alcanzar los límites y posibilidades que él mismo promete, en lugar de hablar de una calidad que debe ser juzgada por unos usuarios que ahora se ven empujados a subir su nivel técnico para distinguir muy bien aquello que realmente necesitan.
Dejando de lado el debate académico sobre los tipos de innovación, prefiero centrarme en su capacidad transformadora, en el impacto social y económico que un producto innovador, basado en nuevas prestaciones, puede ofrecer a todos aquellos que estaban esperando algo más. Porque mejorar y asegurar la calidad está muy bien, pero no es un valor intrínsecamente innovador como sí lo es la capacidad de un producto para hacer algo inédito hasta el momento.
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