Que un político acusado de las peores fechorías, ex Secretario de Estado del avergonzado Nixon, con un Novel de la Paz y carnet de fundador del Grupo Bildelberg, se ponga a escribir un libro de más de 500 páginas sobre el pensamiento estratégico de la última superpotencia mundial, es como mínimo una demostración de saber. Nacido en Alemania, ha prestado sus servicios a varios presidentes republicanos, siempre en el ámbito de la política internacional, donde sus defensores lo sitúan como el diseñador de un nuevo marco mundial, que incluyó por aquel entonces, el acercamiento a Occidente de la China de Mao.
Henry Kissinger es un personaje polémico, controvertido y fundamental a la hora de comprender las actitudes de los americanos del norte desde 1970 en adelante. Puesto a escribir nuevamente a sus 87 años, no tuvo mejor idea que hacerlo sobre la República Popular China, pero ahora partiendo de unas diferencias culturales que van mucho más allá de su sistema actual de gobierno. Aquí está la clave del libro. Mientras Europa entró en la Edad Moderna inmersa en un mosaico de jurisdicciones, China lo hizo después de haber vivido más de un milenio con una burocracia imperial totalmente estructurada y dominante.
La formación de un grupo de países con un tamaño similar hizo del equilibrio de poder una opción inevitable para occidente. Ningún Estado tenía suficiente fuerza para imponer su voluntad, ninguna religión podía asegurar su universalidad. China, en cambio, nunca se relacionó con otros países sobre la base de la igualdad, por la simple razón de que no coincidió con otra sociedad de cultura y magnitud comparables. Para ellos, la humanidad contaba con un solo emperador….cuyo trono estaba en China.
Henry Kissinger primero nos presenta la mentalidad milenaria de los chinos y después sus propios esfuerzos en encontrar el camino menos peligroso del siglo XX, para llevar a tres rivales ideológicos (China, la URSS y EE.UU) a un futuro pacífico y predecible.
También aporta un poco de claridad en las intenciones previas y posteriores de cada uno. Ambos países han dependido del acercamiento mutuo mucho más de lo que parece, pero por razones objetivas muy distintas. El sinocentrismo chino era un poderoso freno a las aspiraciones rusas para liderar un comunismo único, creando tensiones peligrosas que solo se podían controlar con la amistad disuasoria de la superpotencia americana. Por otro lado, el país más poblado del mundo siempre fue promesa de grandes beneficios para los mercaderes occidentales, que desde los tiempos del Imperio Británico han intentado abrir y controlar su comercio exterior. Los EE.UU, relevando a Su Graciosa Majestad de la primera línea, no podían ignorar la gran oportunidad económica que supondría la modernización tecnológica del gigante asiático.
Han pasado los años: Donald Trump juega con los republicanos, Putin con la democracia rusa y los chinos con la economía mundial. Tienen por delante su flexibilidad estratégica. Se han negado a implantar políticas de libre mercado en toda su extensión y no dejan de crecer.
Hoy, cuando gracias a la falta de eurocentrismo veo tantos productos innecesariamente fabricados en la República Popular China, me pregunto: ¿Tenemos claro a quien estamos beneficiando? Me sospecho a que todos no.
| Autor: Henry Kissinger
| Editorial: Penguin Random House Grupo Editorial
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