Por más que mucha gente insiste en alejarse del asunto, posicionando a la innovación como una actividad exclusiva del mundo desarrollado, solo reservada para los superprofesionales que trabajan cómodamente en las grandes multinacionales, la verdad sigue siendo que se trata de una habilidad natural del ser humano. La innovación ha estado siempre presente, relacionando las épocas históricas de cada sociedad con sus necesidades específicas.
Pero entonces, ¿qué características tiene la sociedad actual para los innovadores de hoy? Analizando todo esto con José Antonio Galaso del Citilab, llegamos a una interesante conclusión: aunque innovar sigue siendo una cultura (una forma de hacer las cosas) para detectar y satisfacer necesidades, la diferencia es que ahora, en nuestra época, hay tres causas principales que hacen más complejo su dominio.
La primera de ellas, tal como definió Richard D´Aveni, es la hipercompetencia, un concepto que va mucho más allá de las dificultades que supone participar en segmentos de mercado que hoy multiplican por doce la cantidad de competidores presentes. Por el contrario, se trata de convivir con empresas que cambian constantemente de estrategia, que rompen las reglas establecidas, que destruyen ventajas rápidamente, que laminan las diferencias competitivas a una velocidad nunca vista antes. Pero además, como nos advierte Jeremy Rifkin en su libro La Sociedad del Coste Marginal Cero, entra a jugar el factor productividad, que rebaja sin cesar los costes y los precios, con la consiguiente reducción de los beneficios, apuntando sin parar hacia una economía de la abundancia.
La segunda es la consolidación del conocimiento en red, que altera definitivamente las reglas del poder, rompiendo con la Edad de la Privacidad. Todos tenemos acceso a la información y también a sus distintas interpretaciones. Tal como sucedió con la imprenta de Gutenberg a partir de 1436, la importancia de Internet va más allá de su impacto como canal comercial. Es su efecto democratizador, su capacidad para distribuir conocimiento de todo tipo, que hace que los futuros usuarios suban su nivel técnico sobre todo aquello que les interese comprar, compartiendo experiencias y descubriendo prestaciones inexistentes.
La tercera es quizás la más importante, pues se trata de la transformación y evolución del usuario, entendiéndolo como el proveedor de la necesidad y el encargado de agotar la vida útil del producto. Durante la Segunda Revolución Industrial, concretamente en los últimos cincuenta años, hemos estado alternando roles entre un usuario pasivo o activo (según el movimiento de la oferta y la demanda), para ser tácticamente lanzados después hacia las ventajas del usuario febril consumidor, y derivar imprevistamente en estos nuevos tiempos modernos, donde aparece un intrigante usuario co-creador, ese que quiere participar en el diseño de soluciones que puedan dar satisfacción a sus necesidades. Pero además, todo indica que no tiene intenciones de quedarse quieto por mucho tiempo. Volviendo a Jeremy Rifkin y su libro La Sociedad de Coste Marginal Cero, los prosumidores – consumidores que a la vez son productores – poco a poco serán una realidad que lo cambiara todo.
En resumen, si somos capaces de aceptar que la innovación siempre estuvo presente como una cultura para detectar y satisfacer necesidades, tenemos por delante el importante reto de actualizarla, de acercar su significado a las pequeñas y medianas empresas, de lograr una sintonía común para ofrecer respuestas en un mundo impredecible, donde la hipercompetencia, el conocimiento en red y los usuarios co-creadores ya tienen su lugar destacado entre nosotros.
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